miércoles, 22 de febrero de 2012

El ritual de los sentidos

Arráncame con tu sonrisa, una que otra lágrima cálida que me abrigue el alma congelada, principalmente cuando crezca y olvide aquello importantísimo que absurdamente intenté substituir con pensamientos rebuscados y doctrinas complejas. Abrázame... otórgale consistencia a mi existencia y al tiempo séllalo con el tierno beso en la frente que siempre me das al salir de casa; Bríndame lo verdadero y hazlo latir en mi corazón como aquel latir perpétuo de tu corazón. Acaricia mis mejillas con tus manos de brisa, cúbreme de cosquillitas en la panza, de canciones, de postres y de oraciones que cuiden de mi cuando me aleje de tus ojos ... El pacto de amor eterno será firmamento...


Llevo tu corazón conmigo, lo llevo en mi corazón

E.E. Cummings

A mi Madre.


.


Recuerdo que las vacaciones de verano eran larguísimas, el tedio se volvía rutina. Elisa, mi madre me despertaba muy temprano todos los días, desayunábamos juntos en la mesita de la cocina y en seguida empezaba el “trabajo vacacional”, entre sacudir las alfombras, hacer las camas, limpiar el polvo (hasta del rincón más recóndito de las habitaciones), cocinar y lavar la loza, se consumían las horas del día. La política era estricta, hasta que no se cumpla la dosis diaria de quehaceres domésticos nadie se divertía, sin embargo, estas concluían antes de la comida. Después mis primos, quienes experimentaban el mismo “martirio matutino”con sus madres(al parecer era una tradición inmortal) , y yo, dedicábamos la tarde a largos “mundialitos” de fútbol, a las escondidas, hasta a los power rangers, jugar hasta que oscurezca, cueste lo que cueste, considero que aprovechábamos muy bien aquel tiempo de recompensa por una mañana extenuante.

Jesús mi abuelo, solicitó aquel día mi compañía, destino: la barbería. Disponía de mucho tiempo y librarme de aquellas fastidiosas tareas diarias, aunque sea por un instante, no sonaba para nada una mala idea, además el abuelo siempre premiaba con el más grande de los helados a su nieto acompañante (aquí hago una aclaración, mi abuelo rifaba su bondad entre todos sus nietos, somos muchos, uno era el ganador y aquel día me sonreía la suerte). Vivíamos en el barrio El Tejar, y la Barbería Amazonas resultaba relativamente cerca, el viaje se lo realizaba a pie… Tomábamos caminos muy coloridos. Recuerdo que en aquella época (1998) había mucha gente y mucho comercio ambulante en la zona del Centro Comercial Ipiales, así que no podía soltar la mano de mi abuelo y mi instinto de autoconservación hacía que mis ojos lo busquen rápidamente, identificaba los colores de su ropa y tomaba aún más fuerte su mano.

Aproximándonos ya a la calle García Moreno la concentración de vendedores mermaba y la experiencia de la “Barbería” estaba cada vez más cerca.

La entrada no era muy sofisticada, pero los Barberos contaban con una elegancia añeja, muy “de historias antiguas”, muy de épocas en las que la camisa y el pantalón bien planchados marcaban una tendencia de la que aún hoy en día (en menos medida) hay “vestigios”(viejitos bien vestidos).

Miraba desde el escondrijo de las revistas a mi abuelo frente al espejo, preparándose para “el ritual de los sentidos”, mientras El místico personaje, Alfredo, dueño de la barbería, un viejito bonachón y bajito, preparaba pócimas mágicas de rico olor, en soluciones calientes y frías, que untaba en las toallas nuevecitas, felpositas, suavitas puestas encima del rostro de mi abuelo… yo miraba extasiado, el sumo cuidado de Alfredo con las navajas, en un segundo podía pasar de un viejito tierno a un asesino en serie, sin embargo una sapiencia sublime que solo se gana con años de experiencia, recorría a navaja los bordes rocallosos de la barbilla de mi abuelo, se deslizaban con sutileza sobre sus pómulos, sus mejillas; dejándolas tersas y perfumadas.

Aquella tarde había quedado perplejo, una necesidad inusitada me apremiaba… es que quería a toda costa experimentar aquella multitud de sensaciones que pobremente había tan solo visto, Aquella tarde hice un pacto con mi abuelo, y cambié el enorme y rico helado de Doña Luchita por un corte de cabello en la Barbería Amazonas

a mi Abuelito, Don Jesús..

No hay comentarios:

Publicar un comentario