domingo, 26 de diciembre de 2010

El muy tarado describía una noche a su amada, naturalmente; que sus pechos, que su vientre, que su ombligo era perfecto. Su mirada, su risa, su rabia, su rencor... Ella recostada en su pecho escuchaba el latir profundo de su corazón, oía la agonía, la última resistencia al final. La efervescencia de la sangre caliente y burbujeante tomó sus piernas, las cuales invadidas por una fuerza sobrehumana atenazaron al hombre y lo sumergieron en un océano de placer nuevamente... una y otra vez... hasta que escupiera la última palabra, y no pudiera pronunciar más.